UN AMOR MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

Nieves Xenes (Quivicán, La Habana, 5-8-1859, Ciudad Habana 8-7-1915) sus coterráneos la recordaron en estos días que corren en esa localidad donde pasó su infancia y una Casa de Cultura lleva su nombre.

Ella pasó sus primeros años de vida en la finca Santa Teresa, de Quivicán y en La Esperanza, de Aguacate.

Sus biógrafos coinciden en que sólo cursó la enseñanza primaria y cuando tenía 19 años su familia vino para esta capital.

A los veinte años era asidua asistente de las tertulias literarias de José María de Céspedes y de Nicolás Azcárate, donde dio a conocer sus incursiones dentro de la lírica.

El 28 de noviembre de 1887 recibió la flor natural en los Juegos florales de la Colla de Sant Mujs, efectuado en el Gran Teatro de Tacón, por su poema El poeta.

Un soneto suyo, Julio, de 1907, obtuvo Medalla de Oro de la revista Cuba y América. Sus escritos aparecieron en varias publicaciones como El País, La Lotería, El Triunfo, Revista Cubana, Letras, El Fígaro y La Habana Elegante.

Fue miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras. Un día por razones sentimentales se le durmió la inspiración y dejó de escribir. No se preocupó por recopilar sus poesías, las cuales fueron editadas después de su muerte.

LA HISTORIA DE UN AMOR

El hombre a quien Nieves amó en secreto se llamó José Antonio Cortina, un fervoroso tribuno de las ideas autonomista y quien falleciera en un lamentable accidente.

En el año 1984, la profesora de Literatura Yasmin Caram concibió la idea de que se repatriaran los restos de la poetisa, que descansan en el Cementerio de Colón. Sus inquietudes fueron respondidas positivamente por las autoridades competentes pero no se llevó a cabo por la declaración del entonces historiador de ese lugar, de quien por desdicha no aparece el nombre en el sitio de donde tomé estos datos.

Ese señor les mostró la tumba cercana de José Antonio Cortina , sobre la cual está su estatua de tamaño natural mandada a esculpir por sus alumnos que le admiraban. La efigie, en una de sus manos aferra un pergamino, mientras el otro brazo extendido y el gesto de su rostro dan la impresión de que se dirige a alguien, en este caso a Nieves que descansa a pocos pasos.

Y para redondear más esta idea, envuelta en ese bendito halo de la mitología popular, los veladores del lugar afirmaron que en las noches “la figurilla religiosa que está sobre el sepulcro de la poetisa parece que quiere correr hacia la estatua y que se oyen voces, murmullos y susurros de amor entre ambos.”

Pero la mayor prueba de ese amor más allá de la muerte están de manera precisa en este poema que ahora copiamos para regocijo de todos los románticos que hoy como ayer seguimos siendo seguidores del buen quehacer de esos dioses que son sin duda los poetas.

(Gabriel)

UNA CONFESION

¡Padre, no puedo más! mi amor refreno,
pero en la horrible lucha estoy vencida;
esta pasión se extinguirá en mi seno
con el último aliento de mi vida.

Cuando él no está a mi lado, desolada,
maldiciendo mi mísera existencia,
siento sobre mi frente fatigada
el peso abrumador de la conciencia.

Pero al verlo, olvidando mis enojos,
en vano a la razón ansiosa llamo,
y aunque callan mis labios, con los ojos
no ceso de decirle ¡yo te amo!

Vos me habláis de la gloria y del martirio,
del enojo del cielo que provoco,
¿pero no comprendéis que es un delirio
hablar de todo eso al que está loco?

¡Su amor! ese es el cielo que yo ansío
de mi pasión en el afán eterno,
y encuentro más terrible su desvío
que todos los tormentos del infierno!

¡Mis ansias ahogaré desesperadas,
pero él verá en mis ojos sus ardores,
porque siempre al mirarlo, mis miradas
serán besos de amor abrasadores!

¡En vano espero sin cesar rezando
encontrar en la fe consuelo y calma,
y en vano mis entrañas desgarrando
quiero arrancar su imagen de mi alma!

¡Mi amor es el incendio desatado
cuya llama voraz nada sofoca!
El torrente que rueda desbordado
arrastrando a su paso cuanto toca!

Decís que iré a la gloria si mi anhelo
logro vencer y de su lado huyo,
¿pero habrá alguna dicha allá en el cielo
comparable siquiera a un beso suyo?

Oyendo del deber la voz airada,
fuerzas a Dios para luchar le pido,
y al verlo, de pasión enajenada,
deber y religión, ¡todo lo olvido!

Vos, juzgando el amor a vuestro modo,
decís que no es un mal desesperado,
decís que con la fe se alcanza todo,
¡no sabéis qué es estar enamorado!

Os digo que prefiero, delirante,
de mi loca pasión en los anhelos,
la dicha de mirarle un solo instante
a la eterna ventura de los cielos!

¡Ay, padre! en vuestra santa y dulce calma
rogad a Dios que evite mi caída,
porque este amor se extinguirá en mi alma
con el último aliento de mi vida!

Nieves Xenes

(Los datos fueron tomados de la Bibilioteca Virtual Cervantes y del sitio Web de la Cultura de Quivicán)


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