Manuel Corona, la leyenda de un bohemio
Manuel Corona es uno de esos hombres envueltos en la leyenda, en la neblina del alcohol y la vida bohemia.
Músico por nacimiento, Corona pertenece a la estirpe de los que hoy son considerados como los cinco grandes de la trova cubana: Pepe Sánchez, Sindo Garay, Rosendo Ruíz y Alberto Villalón
Manuel rompió las reglas de aquel tiempo y en lugar de nacer en la región oriental como los otros cuatro grandes, él nació en Caibarién, en la actual provincia de Villa Clara y como todo bohemio en una fecha no precisa del año, para unos en 1880 para otros en 1887, aunque los cronistas se ponen de acuerdo en el día y mes: 17 de junio.
Vino para la Habana en unión de su familia y en el 1900 vio y oyó cantar a Pepe Sánchez y otros trovadores en Santiago de Cuba, según una confesión que le hiciera a Odilio Urfé.
Al principio combinaba su pasión por la música, con la labor de tabaquero hasta un día que dejó la chaveta de trabajo a un lado y se fue a recorrer calles, bares y cantinas con la guitarra bajo el brazo.
Durante las décadas del veinte y el treinta conoce por un tiempo los sabores de la gloria: graba para la Columbia y la Víctor, a quienes burla poniéndose dos nombres distintos. Aparecía indistintamente bajo los nombre de Manuel Corona y J. Corona, burlando la exclusividad que esos sellos se disputaban sobre un artista que se permitió el lujo en aquella época de hacer un cancionero de sus composiciones.
Las grabaciones de aquellos tiempos nos los trae junto a figuras como Armando Viañez, José Castillo, Pancho Majagua y la también inolvidable María Teresa Vera. En todos los casos hizo de voz segunda.
Junto a Alberto Villalón era en aquellos tiempos el trovador más solicitado. Pero los tiempos cambian y otros gustos se fueron imponiendo.
Una riña a fines de la década del 20, le dejó inutilizada su mano izquierda y por lo tanto sus posibilidades interpretativas. Pero como no inscribía sus canciones, no recibía regalías por las interpretaciones de sus composiciones.
Vivió mucho tiempo de la caridad pública y por todas sus obras sólo recibió unos doscientos pesos, a pesar de que muchas de sus canciones se mantienen en el recuerdo popular.
He aquí algunas de esas composiciones: “Mercedes”, “Longina”, “Santa Cecilia”, “Aurora”, “Adriana”, pruebas de su inclinación para cantarle a la mujer; “Doble inconsciencia”, más conocida como “Salome” en una versión que fue éxito en el siglo pasado y las guarachas “Acelera Ñico acelera” y “La Choricera”.
Corona también se destacó como el que más canciones de respuestas hizo a sus contemporáneos: “Animada”, en contesta a “Timidez”, de Patricio Ballagas; “Gela amada”, para responder a “Gela hermosa”, de Rosendo Ruíz y “La Habanera”, en contraposición a “La Bayamesa”, de Sindo Garay.
Ahora que se celebró en Santa Clara el festival nacional de la trova “Longina”, en recuerdo a la lírica de Corona, hemos traído aquí la figura de quien pobre y olvidado, muriera en una caseta donde vivía detrás del bar de Jaruquito, en la Playa de Marianao, el nueve de enero de 1950.(Pedro J. Herrera Echavarría)
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