Álvarez Guedes, un utility man, un mago de la diversidad
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Queridas
comadres, compadres dilectos:
Como no
soy precisamente un comebola (pecado imperdonable en un cubiche),
bien sé que voy a incursionar en campo minado.
Y
permítanme adelantarme, para “salirles al paso” —frase archisobada— a quienes
se estén afilando las uñas porque me permito componer el obituario de alguien
que exhaló el último aliento en la acera de enfrente. Total, como reza
el sermo vulgaris cubensis, “qué importa que al tigre le salga otra
mancha”. (Ya alguna vez intentaron crucificarme por publicar la nota
necrológica de la inconmensurable autora de “El Monte”, Lydia Cabrera. Resultado: me arrebataron un
premio en el Festival de la Radio 1991).
Sí, hace
unos días Guillermo Álvarez Guedes (Unión de Reyes, 8 de junio de 1927 -
Kendall, 30 de julio de 2013) no ha llevado a reposar su octogenaria osamenta
en la Necrópolis de Colón, sino a un camposanto miamense.
Partió
hacia lejanas riberas el 23 de octubre de 1960, cuando aquí alboreaba una
promesa de justicia social.
¿Sus
razones? A mí se me ocurre, al menos, una ¿atenuante? Era Álvarez Guedes un
empresario —fundador de la disquera Gema, en 1957— y tengo la sospecha de que
aquellos días inaugurales no fueron, precisamente, un paraíso para los
emprendimientos privados de hombres de negocios. De todas maneras, pienso que
a través de su firma desplegó labor patria, que no otra cosa es hacer viable
la cultura nacional. Allí grabaron figurazas como Bebo Valdés, Elena
Burke, Rolando Laserie, René Cabell, Fernando Álvarez y Celeste Mendoza, y la
Orquesta Rumbavana.
Sí, el
recién fallecido fue, también, empresario.
El
adverbio de afirmación incluido en el párrafo anterior no está gratuitamente
resaltado. Trato de subrayar que Álvarez Guedes se diseñó como un utility
man, un mago de la diversidad, un taumaturgo de la plurivalencia, un
malabarista del multioficio.
Quizás no
todo el mundo sepa que entre sus primeros pasos estuvo el desempeño como
cantante. (Ahora mismo recuerdo que, coincidentemente Ricardo Dantés y
Armando Bianchi, afamados actores, comenzaron cantando tangos). Al respecto,
alguna vez declaró: “Tenía 14 años cuando a la orquesta de Aniceto Díaz,
creador del danzonete, se le enfermó el cantante. Me audicionó su pianista,
nada menos que Dámaso Pérez Prado, que ya andaba con la locura del mambo; ahí
empecé como profesional, después, Ernesto Duarte, me hizo una prueba y la
pasé. Canté con su orquesta una temporada completa en el Casino Nacional”.
Claro, su
carrera actoral es de sobra conocida. Todo parece indicar que comenzó, siendo
un adolescente, en los llamados circos ripieras y que más tarde,
alrededor de 1949, está en la radio, actuando para programas de crónica roja.
“Trabajé con Garrido y Piñero, con Leopoldo Fernández, con Alicia Rico, y no
sólo hice papeles humorísticos: el director radial Alzugaray me llamó para
hacer un tipo malo que le quitaba el dinero a su madre”. Inolvidable fue
cuando formó pareja artística con La Única, en el programa “Rita y
Willy”. O cuando, con libreto de Francisco Vergara, se echó al público en el
bolsillo con el personaje del borracho, en “El Casino de la Alegría”. O sus
definitivos 32 discos de cuentos de relajo. O su reiterada presencia
en la pantalla grande.
No dejó de
incursionar igualmente en la literatura, al publicar en 2001 un libro de
memorias, titulado Cadillac 59.
Pero no se
piense, ni por un momento, que su desempeño quedó en el cantante, el actor,
el empresario. No, porque también fue etnólogo. A quien lo dude, lo invito a
recorrer estas palabras por él pronunciadas:
“Los
cubanos somos una raza aparte, somos del carajo, sinceros, amables,
inventamos mentiras cuando hacen falta, pero queremos que todo el mundo haga
lo que nosotros. Somos grandes dictadores”.
Corriendo
el peligro de que lo procesasen por intrusismo profesional, se atrevió en el
campo de las ciencias médicas. No en vano declaró en una entrevista:
“Para mí lo más importante es que la gente tenga «material» suficiente para mejorar su salud”.
No le
sobrecogió el ejercicio de la politología internacional. Ahí tiene usted el sketch
donde un gringo, tras ser servido cuatro veces en un restaurante por una
pizpireta mesera cubana, ya le reclama en su español de medio pelo:
“Chichita, ¡no dejes de traerme macho asao y frijoles negros dormíos!”. Con
lo cual —asegura— se ha logrado más en cuanto a fraternidad de los
pueblos que con todos los tratados de cooperación firmados en el mundo.
Y también
fue lingüista. Véase esta clase, dirigida a un imaginario alumnado de yanquirules,
donde les ejemplifica la utilidad de la palabra carajo:
“No digan:
«They live so far ».Deben decir:«¡Viven a casa ‘el carajo!». No digan:
«She is quite a girl». Deben decir: «¡Es una tipa del carajo!»”.
Comadres y
compadres: Con todo lo antes dicho, creo haber probado lo contenido en el
título de este articulejo. ( Por:
Argelio Santiesteban).
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