CUANDO NO NOS QUEDABA OTRO LUGAR
MARIO VIZCAÍNO SERRAT
El disco "A orillas del mar", que Gerardo Alfonso
sacó al mercado en el año 2006, es una evocación de los años 70 del siglo
pasado que flamea la memoria y nos hace pensar que aquel destino de nuestra
existencia fue más insólito que real.
Gerardo desmenuza aquella época a través de
las vivencias diarias de la juventud, en especial la habanera, y como se trata
de una de las décadas cubanas más desnudas de testimonios escritos, llena una
porción de ese vacío.
Aunque los protagonistas de su disco son los
jóvenes de La Habana, donde el trovador nació,
hay temas para todos los cubanos, como los que hablan de esa larga pugna por la
supervivencia que ha sido nuestra vida, más o menos igual desde Pinar del Río hasta
Guantánamo.
Producido por el sello Colibrí, A orillas del mar es un cd repleto de
matices, con textos escritos a lo natural, algunos muy suspicaces, con la
pretensión de dejar constancia sincera de una época. La concepción del disco es
curiosa, pues Gerardo reverencia al rock de ese tiempo mezclando sus piezas con temas antológicos
como Saturday in the park, de
Chicago, y All right now, del grupo
británico Free, pero asociados con lo que hacían aquellos jóvenes, como ir el
sábado al parque «cuando no nos quedaba otro lugar»
Hay piezas tristes y desgarradoras. Amigos, una canción a guitarra, empieza
con una evocación tierna del aula de la secundaria básica, que él llama
«manicomio popular», y termina con una mirada severa tanto al abismo social que
separa hoy a aquellos amigos como a los destinos tan diferentes que tuvieron
muchos, algunos de ellos nunca más vistos.
Musicalmente, se trata de un disco variado y
ecléctico, como casi todos los de Gerardo Alfonso, alguien que demuestra
vitalidad y capacidad de creación y renovación después de 30 años componiendo y
cantando.
Uno de los temas, Odisea perpetua, es como una fotografía interior de los cubanos y
un tributo a nuestra capacidad asombrosa para resistir, para no aplastarnos y
seguir, a veces de modo lastimoso, inventando los sustitutos materiales y
espirituales más absurdos. Y aunque los malabares han sido en nuestras vidas
como la mosca en el pastel, los 70 dejaron huellas indelebles. La canción es
testimonial:
Como somos cubanos la inventamos en el
aire
Inventamos pulir los zapatos con clara
de huevo
Y con leche de magnesia curar los
sobacos, les metimos la quilla a los fardos
Y las bataholas de saco las hicieron
los guapos
Por alguna razón escondieron el ron y
empezamos a hacer warfarina
Destilando cachazas en los reverberos
y ollas con los sueros de la medicina
Santa Claus eran los marineros:
camisas de encaje, regalo y envidia para el barrio entero
Y en la calle con las grabadoras tan
grandes como una cocina hacían felices las horas
Otra evocación conmovedora es la de las
noches en la costa habanera, donde montañas de jóvenes rockeros pasaban las
noches jugando con la complicidad que significaba sintonizar emisoras
estadounidenses en busca de hit parade. «Hippies por cualquier motivo, fuera de
la ley, sin un camino, para seguir soñando sueños prohibidos a orillas del
mar», dice la canción que da título al disco. Eran las noches de aquellos muchachos que recibían a diario el
castigo de la mirada más severa de la sociedad: el de la exclusión, como ha
ocurrido tantas veces con las «minorías».
Un conjunto de canciones de Gerardo Alfonso que
no muestran rencor ni deseos de ajustar cuentas. En cambio, son un testimonio
de unos años tremendos, cuyos recuerdos se encienden, como cenizas aparentemente
apagadas, cuando la memoria revolotea.
Por eso, A
orillas del mar es un homenaje a los cubanos que nacimos en los 60, época
de ilusiones y sueños, y luego crecimos como magos, sorteando los días, los meses
y los años mientras creíamos posible convertir las quimeras en realidad.
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