Un ramo de rosas frescas para Teresita
Un crespón de luto hemos colocado en nuestro corazón al
conocer hoy de la muerte de la cantautora Teresita Fernández, a la vez que el
pensamiento corre veloz hacia tiempo atrás cuando visitamos su casa en la calle
Independencia de Santa Clara.
Allí nos recibió con esa gentileza que le era costumbre y
también vimos a sus primeros gatos, entre ellos Vinagrito, y una palangana
colocada en el patio, donde también había un pequeño jardín de flores tan
hermoso como la espiritualidad de la cantante.
Nuestro segundo encuentro fue en la capital cubana en un centro nocturno que se
llamaba El Coctel, calle 23, Vedado,y al
que se llegaba desciendo unos pocos peldaños para entrar en un lugar donde la
oscuridad del sitio era vencida por la iluminación que este mujer emanaba al
compás del sonido de su guitarra y la dulzura de su voz.
Fue una de esas noches hermosas que nunca se ha borrado de nuestra memoria porque
el concierto lo mismo nos traía hermosas canciones sobre la relación entre las
parejas, que poemas musicalizados de José Martí o incluso nos conducía a nuestra
niñez cuando entonaba Vinagrito u otras canciones de esa línea. Y todos los
parroquianos, entre el vaho del humo, la espuma de las cervezas o el paladar del ron, nos hacíamos sus cómplices,
agradecidos y obligados.
A partir de ahí se inició una amistad duradera en la que
cada día fuimos conociendo más y más a Teresita. ¿Quién no se acuerda de su
Peña en el Parque Lenin, junto al poeta Garzón, en que se daban cita cada
domingo gente de todas las edades?
Su devoción martiana la llevó a musicalizar los versos del “Ismaelillo”, de José Martí así como las “Rondas”, de ese otro ángel tutelar de ella que fue la chilena Gabriela Mistral. A los pequeños príncipes les regaló, entre otras canciones títulos como “Mi gatico vinagrito”, “Tin, tin, la lluvia cayó” y “Tía jutía”, las cuales también eran recibidas por nosotros los mayores que nos sentíamos felices de ese viaje a las semillas, a nuestra niñez.
Unas breves líneas no nos alcanzan para llevarles a
ustedes esta martiana de corazón y actos, ella que se negó a coger un carro que le ofrecieron las
autoridades porque gustaba de andar a pie, como la mayoría del pueblo y que como
el Buda descubrió, por sus propios medios, que el apego a las cosas es la mayor
de las infelicidades.
A Teresita no le decimos descanse en paz porque su
continuada labor haciendo, haciéndonos feliz a todos nosotros tanto con sus
interpretaciones como con sus conversaciones, la hacían muy feliz y daban
serenidad a su alma. Y ahora esté donde esté, de seguro estará buscando de qué
manera puede ayudar a quienes desde acá le ofrecemos un ramo de rosas frescas. (GABRIEL)
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