BENNY MORÉ, ANATOMÍA DE UN MÚSICO



Olga Guillot, Fernando Albuerne y Benny Moré, en una actuación

SUMARIO: Leonardo Acosta dibujó con precisión, y en apretada síntesis, algunos de los rasgos que caracterizaron al sonero cubano como hombre y como músico. 
Con la misma habilidad de un experto en anatomía, el musicólogo Leonardo Acosta, ha dado la mejor descripción, a mi entender, de la figura de Benny Moré en el aspecto musical, sobre todo para aquellos que no somos profundos conocedores de ese arte.
Acosta es también músico y durante un tiempo estuvo en la Banda Gigante del Bárbaro del Ritmo y ahora que se recuerda el noventa aniversario del nacimiento no está de más acercarnos a algunas claves para entender el fenómeno Moré en sus dos aristas más importantes: como músico y como hombre.
Su “anatomía musical”, la hizo en un artículo publicado en la revista Revolución y Cultura, de marzo de 1978 y reproducida en una selección de trabajos sobre el inolvidable intérprete para el libro  Yo conocía al Benny Moré, de la autoría de Félix Contreras, de Ediciones Unión del 2002.
Cuenta Acosta que según él recuerda, el Bárbaro del Ritmo formó tres orquestas y la primera “no sólo fue la mejor sino que ya estableció un nuevo estilo dentro del formato de jazzband. Contra todos los pronósticos no se parecía a Pérez Prado, salvo en algunos pasajes mambeados”.
Mientras el creador del Mambo “tenía un sistema eficaz y novedoso pero rígido: saxos al unísono en el registro grave, trompetas en el agudo… y el trombón se limitaba a efectos en el registro grave quedando deliberadamente un vacío en el registro medio. Con Benny los saxos podían tocar al unísono pero generalmente eran cinco voces y el registro medio quedaba lleno. Por lo demás, la tribu no era una orquesta de mambo, porque Benny era fundamentalmente un sonero, y todo lo que hacía la banda tenía un sabor inconfundible a son montuno”.
Interesante es cómo se hacían los arreglos, según relata en una experiencia que tuvo cuando la banda se quedó sin arreglista.  Cuenta como Benny le decía a Generoso (Jiménez) que tenía un montón de ideas en la cabeza. Generoso que tocaba el trombón en la orquesta y también era pianista, se sentaba al piano mientras Benny “cantaba la melodía, la parte de saxos y de trompetas; de vez en cuando Generoso lo cortaba: “repíteme la última frase”, para seguir transcribiéndola, luego la tocaba al piano y Benny exclamaba “así mismo mulato”, y finalmente Generoso repartía armónicamente las voces, y no me acuerdo de un solo arreglo que no haya sonado”.
Leonardo recuerda bien el debut en televisión de la Banda Gigante: “Hicimos Santa Isabel de las Lajas, Arrullo de palmas y uno de los boleros. Un músico llegó tarde y tocamos sin él el primer número; durante el comercial pudo colarse. Luego Benny le dijo medio en serio y medio en broma “Fíjate el único que aquí puede ser informal soy yo.”Siempre me admiró lo bien que Benny llevaba las cosas sin forzar nada, y cómo sabía llevarse con la gente”.
Y agrega: “No era guapo ni tampoco manso, ni era bobo ni trataba de ser vivo. Era espontáneo y afable, siempre bromista y ocurrente; podía ser informal y regado pero se hacía respetar sin necesidad de esforzarse. Era cariñoso, humano, había que respetarlo simplemente porque era respetable, si las cosas les salían bien era porque sabía lo que quería y sabía hacerlo bien… Benny jamás tuvo problemas aunque no supiera solfear (y a veces creo que sí sabía algo), pero es que él solo, era las tres cuartas partes de la orquesta y la inspiración de la otra cuarta parte”.
La agudeza del sonero se nos retrata en este párrafo : ”Una vez la sección de saxos, durante un baile, fue a entrar en un montuno o mejor dicho en un “mambo” después de una improvisación de Benny. Toda acción tiene que guiarse por el primo o lead, que teóricamente nunca se equivoca. Pero todo el mundo es falible, y entramos donde no era, lo cual significaba montarnos con el ritmo, pero Benny nos aguantó a tiempo y el público ni se dio cuenta. Nos dijo:  ”¡Cuidado! No entren si yo no mando a entrar”.  Y en efecto nunca fallaba. Cuando él marcaba, era ahí mismo donde había que entrar, y en ninguna otra parte”.
Leonardo Acosta a la hora de tocar el saxo, era un perfeccionista incorregible, tratando de que cada nota le saliera perfecta y confiesa que con el artista lajero aprendió que después de saber todo eso había que olvidarlo porque lo esencial estaba en otra parte, “en algo que tratamos tentativamente de nombrar llamándolo sabor, swing, yunfa, feeling y que sé cuántas cosas más pero en el fondo permanece indefinible”.
“Esa preocupación por el perfeccionismo era incompatible con la banda en la que había que pararse de pronto y tocar un  estribillo que podía durar media hora, moviéndose además de un lado a otro. Hasta que un día pusieron un arreglo que no conocía, y yo tratando de leer el papel que me quedaba abajo en el atril, y dale de aquí para allá, cuando Benny se dio cuenta del trabajo que estaba pasando, y de espaldas al público, me dijo: “ No te preocupes, mulato, que ésta es una orquesta de relajo”. Parece que yo abrí mucho los ojos, porque agregó: ” Toca duro nada más, bien duro; si te equivocas no importa”. “Si no llegaba y te decía “¡Aprieta la bemba negro!”, sobre todo cuando la orquesta entraba en calor y sonaba a todo lo que daba y cogía la temperatura que él esperaba para ponerse a improvisar. Y como improvisador, Benny nunca fue segundo de nadie”.
Los dúos que hizo Benny con algunos cantantes (Pedro Vargas, Alfredo Sadel), le parecen a Leonardo antológicos, aunque él prefiere “oírlo cantar solo, ya sea en los boleros tradicionales o esos números que algunos se empeñan en encasillar bajo el rótulo de filin y que el cantó como nadie a su manera”.
No escapa a la mirada del musicólogo la labor autoral del Bárbaro del Ritmo: “Algunos de sus números me parecen geniales como Santa Isabel de las Lajas. Cierto que la parte de los saxos era insoportable para quien tuviera que tocarla.   Una sola frase de cinco notas repetidas hasta el infinito… Pero la concepción total era inmejorable. Y si otros números del mismo corte eran flojos (Cienfuegos parecía concebido a retazos y Maracaibo Oriental, me pareció francamente malo), las improvisaciones de Benny los salvaban, por ejemplo, cuando entra a improvisar en Maracaibo, repite los dos primeros versos con esa voz vibrante en el registro agudo y en el quinto verso cambia para el grave, como nadie ha podido hacerlo antes ni después”.
Quiero despedir este refrito con una imagen del autor que desde la primera vez que la leí me impactó por su fuerza poética: “La última vez que lo vi venía como despistado por el vestíbulo del cabaret Tropicana donde estaba actuando la banda. Llevaba una especie de enorme levitón brillante y cuando se cruzó conmigo hizo un gesto como evocando un saludo lejano.
Cuando avanzó por la alfombra roja me dio la impresión de que no caminaba, sino más bien flotaba; se deslizaba elásticamente como si fuera de goma o en lugar de huesos tuviera algún material más flexible, o como si caminara sobre una nube”.
(Gabriel)

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