Acosta: El precio de la gloria





El bailarín cubano Carlos Acosta recibió el Premio Nacional de Danza 2011, para convertirse, a los 38 años, en el artista más joven en merecerlo, todo lo cual es el fruto de una vida azarosa que una firme voluntad lo ha llevado a lo más alto de la fama.
Una revista recordaba sus primeros momentos hasta los días de hoy, que hoy nos permitimos reproducir para conocimiento de nuestros lectores.

“Pasar de duro pandillero en La Habana a Albrecht en el ballet Giselle no es un salto nada pequeño, pero es que no son precisamente los saltos pequeños los que han hecho famoso a Carlos Acosta. Este bailarín lleva ejecutando grandiosas piruetas en todo tipo de husos horarios durante dos décadas, recalando a menudo en su ciudad natal para luego saltar nuevamente a otro país. A lo largo de todo este recorrido se ha convertido, muy probablemente, en el segundo cubano vivo más famoso. En Inglaterra, donde es miembro permanente del Royal Ballet desde 1998, mucha gente que nunca ha visto ninguna representación de danza clásica le reconoce por la calle. The Economist lo describió como el "’Billy Elliot’ cubano, un chico pobre que triunfa por encima de los prejuicios y de unos orígenes humildes".

Acosta tiene una casa en el norte de Londres, donde vive con su novia Charlotte ("una no bailarina"). "Hacemos una vida muy normal: vamos de compras, al cine, yo voy a cortarme el pelo a un barbero israelí de Islington…", contaba Acosta al Sunday Times el pasado noviembre. “La gente me para en el autobús o en el metro; no pueden creerse que utilice el transporte público.” A pesar de todo, Acosta nunca ha escondido su deseo de regresar a La Habana, y vuelve aquí tan a menudo como puede, para visitar a la familia y a los amigos, a veces para actuar, otras para dar clases en la Escuela Nacional de Ballet, la mayoría de las veces simplemente para desconectar de su frenético calendario de actuaciones en Inglaterra. Cuando un escritor de The Guardian le preguntó qué lugar consideraba su hogar, éste respondió ("con desesperación"), "los aeropuertos".

Durante una de sus recientes escalas en la capital cubana, el director de cine Pavel Giroud se reunió con Acosta y habló con él para Havana Cultura.

Resulta que la afición de Carlos Acosta por los saltos asombrosos no es lo que le hizo ser bailarín; la idea fue de su padre. Carlos nació en 1973 y es el más joven de 11 hermanos. Cuando tenía nueve años, pasaba más tiempo bailando break dance y metiéndose en líos que yendo a la escuela. Su apodo lo dice todo: Junior el Desastre. Así que su padre, Pedro, decidió mandarlo a un lugar de dura enseñanza de ballet, la Escuela Nacional de Ballet de Cuba, en 1982. Junior no tuvo otra opción.

El ballet no es una cosa que los chicos cubanos suelan ver como un castigo. Llegar a ser un buen bailarín puede suponer dinero, apariciones en televisión, viajes a otras partes de la isla o incluso por todo el mundo. Pero Carlos Acosta quería ser futbolista. Se rebelaba contra los rigores de las clases de ballet y quería volver a casa. “Le suplicaba a mi padre que me sacara de ahí", recuerda. “Me metía en peleas.” Las cosas mejorarían después, pero no antes de empeorar mucho más: su madre sufrió un derrame cerebral, su padre fue encarcelado tras un accidente de tráfico y Carlos acabó por agotar la paciencia de la Escuela Nacional de Ballet. Finalmente, le mandaron a un internado en Pinar del Río.

El interés de Acosta por el ballet surgió una noche cuando tenía 13 años, en una actuación del Ballet Nacional de Cuba (ballet del que llegaría a ser primer bailarín bajo las órdenes de la legendaria directora artística de la compañía, Alicia Alonso, en 1994). "Vi a todos esos bailarines fabulosos dando esos saltos y me dije: ’Yo quiero ser uno de ellos dentro de unos años’."

Su asistencia a la escuela mejoró y se convirtió en un prodigio: ganó una beca para el Ballet de Turín, la Medalla de Oro en el Prix de Lausanne, el Grand Prix en el 4.º Concurso Bienal Internacional de Danza de París, el Premio Vignale Danza y el Premio Frédéric Chopin… y todo en el mismo año, 1990, con 16 años de edad.

Acosta narra la lucha que toda su vida ha mantenido contra la añoranza en su autobiografía, Sin mirar atrás (2007), tema que reaparece en su propio ballet, Tocororo: A Cuban Tale, estrenado en La Habana en 2002. El pasado verano, no obstante, Acosta llevó la idea de "vuelta a casa" a un nivel totalmente nuevo. Regresó a La Habana para llevar a cabo una enorme gira de una semana de duración con 80 compañeros bailarines del Royal Ballet. Interpretó la pieza característica del Royal Ballet, Manon, que fue coreografiada por primera vez en Londres por Sir Kenneth MacMillan en 1974.

Había cerrado el círculo. Había llevado Londres a La Habana, hecho que él considera “uno de mis mayores éxitos”. Aunque conociendo a Carlos Acosta, es de esperar que en el futuro lleguen muchos más.

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