EL PADRE DE LA MUSICOGRAFÍA CUBANA

El director de orquesta, maestro Eduardo Ramos Saavedra, con su autorizada voz, calificó a Ezequiel Rodríguez Domínguez como “El padre de la Musicografía Cubana”.

Había nacido en La Habana el 10 de abril de 1913. De familia muy pobre, desde temprana edad, tuvo que dedicarse a las más diversas ocupaciones para ayudar al sostenimiento de su hogar. Niño aun, mientras otros de su edad estaban en su escuela, el pequeño Ezequiel andaba por las calles pregonando dulces caseros, frutas y otras chucherías. Años más tarde, sería agente vendedor de muebles, colchones y neveras. Luego decidió hacerse talabartero, aprendizaje que dejó casi enseguida para comenzar el de mecánico tornero en un taller de la calle Vives. Allí conoció al cantante Panchito Riset, y al terminar la jornada los dos se iban a escuchar viejas placas discográficas en una vitrola ortofónica propiedad de un amigo de ambos. Así nació en aquellos amigos su afición por la música.

Ya adulto, decide superarse porque nada más que había cursado el sexto grado. Solo, sin maestros, estudia, hasta altas horas de la noche, libros de historia, gramática y música. Al mismo tiempo trabaja en lo que encuentra para sostener su hogar. Como muchas veces no puede pagar el alquiler del cuarto donde vive, es demandado por sus propietarios. Así repetidamente tiene que acudir al Juzgado Municipal ante el magnánimo juez Waldo Medina, que en uno de esos juicios, le pregunta por qué no paga el alquiler, a lo que Ezequiel le responde que no tiene trabajo. Entonces el Dr. Medina le consigue un modesto empleo de Ordenanza en el extinto Tribunal de Cuentas, donde le sorprende el triunfo de la Revolución.

Por aquellos años, no se perdía ninguna conferencia de don Fernando Ortiz, Alejo Carpentier, Argeliers León, Odilio Urfé, y otros grandes intelectuales de la música cubana. Asiste regularmente a los cursos de la Escuela de Verano de la Universidad de la Habana, y a las clases y conferencias magistrales que se imparten en el Instituto de Investigaciones de Música Folclórica, luego Seminario de Música Popular. Auxiliado por estudiantes, profesores y músicos que asistían a esos centros de alta cultura, se compenetra en el conocimiento de la música cubana, sus intérpretes y orígenes.

En los primeros años del triunfo revolucionario es llamado para trabajar en la Delegación provincial de Cultura de La Habana, del antiguo Consejo Nacional de Cultura. Allí desarrolla una fructífera labor de divulgación y enaltecimiento de la música popular, dedicando especial atención al son, el danzón y la trova.

Dotado de sólidos conocimientos adquiridos a base de profundos estudios e investigaciones, lecturas, asistencia a conferencias y testimonios de compositores e intérpretes, emprende, como moderno Quijote, tal como lo describiera, acertadamente, el periodista Pedro Herrera, una batalla contra los que pretenden ocultar los grandes valores de la música cubana, y logra publicar una serie de monografías sobre autores e intérpretes que hoy constituyen verdaderas joyas de la Musicografía. Otras obras suyas de imprescindible consulta para los estudiosos de la música son sus Iconografías de la trova, del danzón, su libro sobre el Trío Matamoros, así como decenas de notas de programas de homenaje organizados por él, en la Casa de la Trova de Centro Habana, y una biografía de Rita Montaner, en colaboración con Alberto Muguercia.

Publicó artículos en el Periódico Juventud Rebelde, El Mundo y en las Revistas Bohemia y Revolución y Cultura. Dejó entregadas al Instituto cubano del Libro, y que esperan por ser publicados las siguientes obras: Cinco creadores de la Trova Cubana: Pepe Sánchez, Sindo Garay, Rosendo Ruiz, Alberto Villalón y Manuel Corona; Pablo Quevedo, Antonio Machín, Joseíto Fernández, Fernando Collazo y Abelardo Barroso; Arcaño y sus maravillas; El primer sexteto de son: Sexteto Habanero y la Iconografía in memorian: Rita Montaner.

Organizó irrepetibles exposiciones como la efectuada en 1966, La trova cubana, con 269 fotografías, piezas museables, partituras y discos, en el Centro de Arte, de San Rafael 105. El danzón, (1967), con 354 fotos, fonógrafos, vitrolas y discos. El son, (1969), con 286 fotos, instrumentos típicos y discos e instrumentos musicales, y en la Casa de la Trova, en 1971, expuso 302 fotos de Rita Montaner, discos, programas y una colección del vestuario de La Única.

En 1970, Ezequiel fue designado director de la Casa de la Trova, que hoy lleva su nombre, donde desarrolló la más grande labor de divulgación de la trova que se ha hecho hasta el momento en Cuba. Por suscripción popular y de su pecunio, logró la confección de valiosos cuadros al óleo de relevantes personalidades de la trova cubana y de la música popular. Lamentablemente la mayoría de esos cuadros y fotografías se han deteriorado o perdido.

Debo subrayar que pese a que Ezequiel devengaba un salario muy exiguo dedicaba parte de sus ingresos para sufragar gastos de compra de discos antiguos, documentos y copiar fotografías para sus libros, exposiciones y artículos publicados y por publicar.

Recibió numerosos reconocimientos como Trabajador de Avanzada, Cumplidor de la Emulación Socialista, Trabajador Voluntario y Buen cotizante. Estuvo afiliado al Partido Socialista Popular (comunista) en el barrio de Villanueva, desde 1943 hasta el triunfo de la Revolución. Fundador de los CDR, de la CTC y miembro de la UNEAC.

Por su carácter modesto, sencillo y humilde, nunca fue homenajeado, aunque todos los organismos y organizaciones reconocían en él un trabajador ejemplar, digno de respeto y admiración.

Falleció en La Habana, el 30 de marzo de 1986. Con su desaparición física su obra no ha concluido. Los estudiosos de la música, los periodistas, musicólogos y trovadores, siempre tendremos a este HERMANO MAYOR como a nuestro MAESTRO. (Lino Betancourt Molina)

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