RITA LONGA Y SU DON DE LA UBICUIDAD


PIE DE GRABADO: La conocida Virgen del Camino que saluda a los viajeros que entran a La Habana por la Carretera Central-

El don de la ubicuidad no sólo es privativo de los dioses. Algunos artistas lo poseen. Caminar por la Isla es encontrar ante nuestra vista, muchas marcas de la escultora Rita Longa sembradas en el paisaje. En ocasión de su centenario, recordemos a una mujer creadora, fiel a los caminos de su pueblo, una de las personalidades mayores de la plástica realizada en nuestro país.

Un golpe de frase, un roce de vocablos, abrieron la ruta de la memoria aquel memorable día de 1995, cuando la artista alcanzaba el Premio Nacional de Artes Plásticas. La pregunta despertó lejanos recuerdos... ¿Buscarle un hábitat a la escultura? “En los inicios, me confesó, me preocupaba por la forma y la escultura de salón, hasta que un día, un amigo arquitecto quiso saber dónde vivían mis esculturas, y, comprendí que ellas necesitaban un lugar de residencia. Desde ese instante me dediqué a buscarles ese hábitat, para que las formas estuvieran íntimamente ligadas al espacio donde iban a vivir”. A partir de entonces la naturaleza cubana perpetuó sus leyendas.

Un día, cercano a su cumpleaños 80, cuando preparaba una gran exposición personal en el Museo Nacional de Bellas Artes, "descubrió" en su estudio, aquella primera pieza, fechada en 1932 titulada “La diana”, que indica el punto de partida. Marcada por el tiempo e impregnada de nostalgias, ella la desempolvó y puso manos a la obra en su restauración para sumarla a la retrospectiva. Cuando en 1928 ingresó en la Academia San Alejandro ―comentó una vez― "bajo la guía del profesor Juan José Sicre, para estudiar dibujo comercial, donde había más posibilidades para ganarse la vida en aquel momento, estaba obligada a entrar en un plan de estudio que incluía modelado. Desde que tomé el barro en mis manos me sentí transportada".

Por San Alejandro pasó fugazmente porque era antiacadémica, prefería investigar. Cuando se cerró, en el 30, pasó al Lyceum donde la animó mucho Isabelita Chappotín. En 1932, el nombre de Rita Longa aparece por vez primera en una Exposición de Trabajos de los Alumnos de Pintura y Modelado del Lyceum, y en 1934 realiza su primera muestra personal. Este momento fue recogido por la pluma del escritor Rafael Suárez Solís: ... “Desde el aprendizaje técnico ya Rita Longa se había formulado una conclusión emocional. No aspiraba a “emocionarse” con una obra “bien hecha”; sino a hacer bien las cosas para que se viera, con claridad, su previo pensamiento”.

Un estilo bien definido

El estilo de la artista asumía elementos formales derivados del conocimiento de una técnica y el estudio de lo clásico mediante la academia, primero, y luego, la visión y el diseño tridimensionales descubiertos en las corrientes internacionales en boga en el siglo XX.


En la década de los 30, exactamente entre los años 1935 y 1938, las piezas de la entonces novel artista comienzan a aparecer en catálogos y espacios de arte. Precisamente en el I Salón Nacional de Pintura y Escultura (1935) alcanzó un premio con la obra “Torso”. En la primera Exposición de Arte Moderno (1937) mostró diversos trabajos, así como en el II Salón Nacional de Pintura y Escultura (1938), donde exhibió una de las obras de su preferencia: “Figura”.

Desde aquellos primeros momentos, la artista estuvo alejada de influencias y mantuvo en sus creaciones dos características que la persiguieron siempre: las formas estilizadas y el decorativismo. Por eso un día cuando le preguntaron ¿En cuántas etapas puede dividirse su obra?, ella contestó firmemente: “En cuanto a estilo no hay división. La única que puede hacerse es más bien cronológica: a partir del año 1940 empieza mi gran preocupación con el espacio...”.

Sus laboriosas manos transformaron disímiles materiales: la piedra, la madera, el mármol y muchos otros para convertirlos en realidades táctiles, y perpetuar en el espacio visual rumores de signos muy personales donde esculpió también intenciones, inquietudes y esperanzas. Anécdotas importantes de su vida fueron muchas. Algunas quedaron plasmadas en entrevistas y encuentros en los que me contó esos instantes que le llenaron de felicidad al “dar a luz” sus obras. Del baúl de los recuerdos extrajimos: “la inauguración del “Bosque de los Héroes” (Santiago de Cuba), cuya ceremonia de apertura fue !un sueño hecho realidad!; los aplausos del pueblo cuando se encendieron las luces de “La fuente de las Antillas” (Las Tunas) y la visita de Fidel a ese lugar; y la llegada del Gallo de Morón a su ciudad, que tratamos de hacer de incógnito, en la madrugada, y todo el pueblo estaba allí esperándolo con música y todo...”.

De paseo por cualquier lugar de la Isla, es fácil "tropezar" de pronto con su huella artística. Entre las creaciones para parques y paseos de fines de los 30, 40 o 50, del pasado siglo, la “Fuente de las Antillas” (Las Tunas, 1977), el sistema de señalización de la ruta del Moncada (Santiago de Cuba), hasta esa obra suya que dio inicio al proyecto de transformar a Las Tunas en región impulsora para enriquecer el paisaje mediante la escultura,. mantuvo una fidelidad al esencial lenguaje de alegorías y de figuras que pueden devenir series, como el ejemplo de la “Aldea Taína” realizada para el centro turístico de Guamá (1964).

A ella pertenecen también piezas como “El Grupo Familiar del Zoológico” (1947) “La Virgen del Camino” (1948), “Las Musas del Payret” (1950), “La Ballerina de Tropicana” (1952), “Forma, Espacio Luz” (Museo Nacional de Bellas Artes, 1953), y muchas más. Ellas constituyen testimonios de su paso por la vida. (Fragmentos de un artículo de Tony Piñera para CUBARTE)

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