CAPITULO UNO:

DON GABRIEL Y LA PIÑA DE PLATA

“Un vermouth voluntario, por favor”, pidió el recién llegado al bodegón La Piña de Plata, ubicado desde siete décadas atrás en el ángulo que forman las calles Monserrate y Del Obispo, a la entrada de Intramuros, frente a donde 25 años antes estuvieron las Puertas de Monserrate de la gran muralla.

Es el caluroso mes de junio de 1888, cuenta La Habana con 200,000 habitantes, la mayoría en Extramuros la componen los llamados naturales del país o criollos, mientras en Intramuros la mayor parte son peninsulares dedicados al comercio.(1)

Esta parte vieja de la ciudad se caracteriza por un gran movimiento comercial en los mercados, plazas, plazoletas y pescaderías.

También en sus 56 calles, muchas con toldos, son habituales hombres y mujeres que con estilos peculiarísimos proponen cualquier tipo de mercancía, transportadas sobre burros, caballos o en sus cabezas.

Los pregones, el rodar de los carruajes por las empedradas calles y el repiquetear de las campanas de diez conventos y siete iglesias, hacen de Intramuros un sitio ruidoso.

La llegada del hielo a La Habana desde Veracruz en el buque Favorito en 1810, cambió la fisonomía citadina y las costumbres de los capitalinos, comenzaba la vida de cafés, y la primera taberna en abrirse con bebidas heladas fue La Piña de Plata.

El hombre que llegó al establecimiento tiene 37 años, es alto, trigueño, de bigote, elegantemente vestido, de aspecto serio y acento andaluz.

Luego de pedir su vermouth voluntario, el trago de moda en la época, preguntó al cantinero: “¿El hielo está frío?”, a lo que el empleado, un asturiano recién llegado, bajito y gordo, con una roja y redonda boina sobre su roja y redonda cabeza, algo turbado, respondió: “Sí, señor, es de hoy”, luego pensó: “Tenía que ser curro”.

    1.(Aunque desde la cuarta década del siglo XlX la nacionalidad cubana se había definido, continuó la costumbre de llamar a los hijos de esta tierra naturales del país o criollos. En investigaciones personales no he encontrado la palabra cubano en blanco y negro, hasta 1813, cuando Francisco de Arango y Parreño fue elegido diputado a Cortes y escribió un manifiesto en el que decía: “A mis compatriotas, los cubanos”.)


    CAPITULO DOS

OBISPO, LA CALLE INMÓVIL

El hombre, después de tomar el trago, tomó su bastón y sombrero, y tomó por la calle del Obispo.

Dicen que esta calle corre de este a oeste, pero no es cierto, está inmóvil, quienes corren de un punto a otro son los miles de transeúntes que frecuentan la importante arteria capitalina, en funciones comerciales, burocráticas o simplemente como paso vespertino.

Ha tenido varios nombres: De la Casa Capitular a la ermita de Monserrate, De su Señoría Ilustrísima, De los plateros, De San Juan. Su nombre actual lo toma en opinión de unos del Obispo Diego Avelino de Compostela, y según otros de Pedro Agustín Morell de Santa Cruz.

El andaluz José Gabriel Aniceto cruza frente a la casa natal de Félix Varela y continúa hasta la esquina de Aguiar, donde recientemente se inauguró el Café Europa.

Toda la vía está cubierta de toldos que protegen al transeúnte del sol tropical y de la lluvia, sirven también para anunciar el establecimiento al cual pertenecen, en ocasiones se extienden de acera a acera y dan a la calle aspecto de feria o bulevar.

Al llegar a la intersección con Cuba, un gran corre corre y los gritos de ¡ataja! Sorprendieron a don Gabriel, era el arrebato de una leontina, cosa corriente en la época, en la que miles de tabaqueros tenían sus fábricas cerradas y muchos emigraban hacia Cayo Hueso, Tampa y Nueva York.

Los timos ingeniosos y la frase aterradora de “La bolsa o la vida”, estaban a la orden del día.

Era muy alto el desempleo, a pesar de que La Habana controlaba cerca del 50 por ciento de las exportaciones y el 75 por ciento de las importaciones del país. (continuará)

(Rolando Aniceto)

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Contigo en la distancia", en el cine mexicano

EL SUEÑO GUAJIRO DE AGUSTÍN LARA