EL HABLA POPULAR CUBANA


Uno de los temas más discutidos en nuestra vida diaria es el referido al habla popular cubana, rechazada por unos, aceptada por otros.

Con el permiso de mi amigo y colega Argelio Santiesteban, y contando con la gracia de su aceptación para que lo hiciéramos, vamos a abrir en esta página una sección sobre el modo de decir actual y de otros tiempos, estando abiertos al debate para quienes quieran participar en él, ya sea para estar a favor o en contra.

Queremos empezar tomando algunos fragmentos de la introducción que Santiesteban hizo en su libro El habla popular cubana de hoy, una tonga de cubichismo que le oí a mi pueblo, publicado por la editorial Ciencias Sociales en 1985.

“Humpty Dumpty le dijo desdeñosamente a Alicia, la peregrina en el País de las Maravillas: “Cuando yo uso una palabra ella significa lo que se me antoja que quiera decir, ni más ni menos.”

Nosotros los cubanos podríamos hacer nuestra la anterior afirmación: aquí junto al español (de lo mejor hablados dentro o fuera de la Península), florece paralelamente una riquísima lengua popular dotada de autonomía de vuelo.

Por ejemplo, cuando un cubano dice que quiere ver a alguien tinto en sangre, es probable que no albergue en lo absoluto intenciones malignas hacia el individuo de marras, sino que sencillamente exprese que desea verlo de todas maneras, contra viento y marea, como dirían los cultores de lo castizo.

DONDE ARGELIO SIGUE INVITANDONOS AL ASOMBRO

Los primeros vestigios de un lenguaje cubano con personalidad definida se hallan-afirma Concepción T. Alzola- en las décimas y seguidillas Al sitio y toma, en ocasión del ataque y la conquista de la capital por los ingleses.

Sólo una treintena de años después surge el primer intento de estudiar seriamente el tema: el Discurso para promover la formación de un diccionario de voces cubana, por fray José María Peñalver (29 de octubre de 1795), en pos del Lexicon Havana, según sus palabras.

Sucesivas ediciones del Diccionario provincial casi razonado de voces y frases cubanas, de Esteban Pichardo (1836, 1849, 1862, 1875 y 1976) ponen en mano del estudioso una fuente que, a pesar de lo singularmente proteico del tema, mantiene gran parte de su vigencia al cabo de más de un siglo.

En 1882-coetáneo de Cecilia Valdés- la imprenta de la Viuda de Soler, en La Habana, da a la luz Oríjines (sic) del lenguaje criollo, de Juan de Armas y, tres años más tarde, en Veracruz, se edita el Diccionario cubano etimológico, de José M. Macías.

En el pasado siglo, por sólo señalar los hitos más importantes:

Modificaciones populares del idioma castellano en Cuba, por A. Montori (1916); Vocabulario cubano, C. Suárez (1921); Un catauro de cubanismo, F. Ortiz (1923); Glosario de afronegrismo, F. Ortiz (1924); Léxico cubano, J. M. Dihigo (1925); Vocabulario espirituano, J. Martínez-Moles (1928); Lexicografía antillana, A. Zayas (1931); Oriente folklórico, R. Martínez (1934); Léxico mayor de Cuba, E. Rodríguez Herrera (1959).

Doloroso es tener que admitirlo pero es cierto que la tradición lexicográfica cubana carga con un oprobioso baldón: un aire de reaccionarismo y de racismos furibundo recorre sus páginas. Quien lo dude que se asome a la obra de Constantino Suárez… Vaya una definición de Suárez a modo de muestra: “SON. Cub. m. Baile de origen africano y maneras indecentes, que usan los negros y la gentualla blanca.”

Un caso diametralmente opuesto lo constituye el aporte de Don Fernando Ortiz, quien, sin paternalismo intelectualoides, ni ofuscaciones prejuiciosas, supo recoger, con mano de parigual, lo mejor de la gracia popular. Quizás por esto, entre tanto ceñudo bicho de gabinete, es de los pocos que se acercan al tema con sentido del humor. (Continuará)

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