Periodista olvidado, ahora rescatado






«Se infiltran en la cuadra efluvios de novedad. Las viejas empolvadas se hablan de ventana a ventana. Y de balcón a balcón. Se conoce que la vejez ya no tiene remedio cuando la mujer confía más en el polvo que en el colorete».
Con ese humor mordaz, el periodista cubano Eladio Secades, fallecido en 1976 en Caracas, retrató a sus compatriotas en un centenar de crónicas hace 60 años, pero fue un observador tan agudo, que muchas parecen escritas en La Habana actual.
Publicadas en periódicos y revistas de los años 40 y 50 del siglo pasado, Secades las llamó Estampas de la época y las hacía a medida que hurgaba en la psicología de los cubanos, sus formas de encarar las cosas y reaccionar, sus tradiciones, su rutina, un modo de narrar la vida que se ha llamado costumbrismo.
Aunque era un comentarista deportivo de calidad suprema, Secades se hizo grande con las crónicas sociales que aparecían sobre todo en Bohemia, la mejor y más leída revista de entonces, y en las cuales se miraban miles de lectores.
Cumplió a pie juntillas la demanda profesional de esa época, según la cual un periodista debía saber escribir de cualquier tema. Lo demostró con aquellas estocadas de la vida nacional con las que entró en los hogares de todo el país y hasta dejó huellas de su estilo en colegas como Héctor Zumbado, su mejor discípulo, convertido en el humorista más completo después de 1959, cuando el maestro se fue a vivir a México.
Pese a ser uno de los cronistas más talentosos que registra la nómina del periodismo cubano, es poco conocido entre las generaciones de jóvenes profesionales, porque fue olvidado editorialmente hasta hace siete años, con la publicación del libro Estampas, que agrupa unas 70 de sus crónicas.
El poeta y periodista Gastón Baquero, quien fue jefe de redacción de El Diario de la Marina, en cuyas páginas Secades también escribió, regaló una de las mejores opiniones sobre su colega: «Las Estampas de Secades no son otra cosa que un espejo fiel, certero, de figuras y hechos que forman parte de nuestra sociedad, que nos dicen con mucha profundidad —la profundidad no tiene nada que ver con la pedantería ni con el retorcimiento— cómo somos.»
Hay que adentrarse en las páginas de Estampas, de la editorial Unión, con prólogo de Laidi Fernández de Juan, para disfrutar de joyas sobre la ya legendaria manía de los cubanos de burlarse hasta de sus propias tristezas.
Por cierto, Secades concedía a esa característica cubana la misma importancia que en 1928 le dio Jorge Mañach en su Indagación del choteo, uno de los más completos estudios de la sicología nacional hecho hasta hoy.
Mañach, periodista, ensayista y animador cultural, presidió el jurado que en 1942 otorgó a Secades el premio Justo de Lara por su estampa Juzgados correccionales. Un texto en el que se integran el costado humorístico de su autor con su afán de denuncia y rebeldía e incluso con un sentido patriótico del que, quizás, no era consciente él mismo, de acuerdo con Fernández de Juan en una conjetura que desliza en su prólogo.
Mientras Mañach considera el choteo cubano «un prurito de independencia que se exterioriza en una forma no imperativa de autoridad», Secades lo explica así: «Hemos querido libertarnos del tradicional choteo criollo. Y de tomarlo todo en broma, hemos pasado a tomarlo todo en serio. Lo que en realidad hacemos es tirar las penas a relajo, pero para tirar las penas a relajo, tienen que existir las penas».
Breves y concisas, algunas mordaces, otras llenas de ironía fina, todas agradables, las Estampas de Eladio Secades rescatadas en Cuba ocupan un espacio que el periodismo social y el costumbrismo literario agradecen.
Como si invitaran a volver a mirarnos dentro o lo que es casi lo mismo: traer viejas miradas renovadas por su vigencia. (Por: Mario Vizcaíno Serrat)

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