Serafina Núñez, una mujer que vivió soñando



  

                                                        Pie de grabado: Serafina Núñez

Josefina Ortega • La Habana
¿Quién era realmente esta singular mujer de las letras cubanas que fue encumbrada por dos reconocidísimos Premios Nobel de Literatura, Juan Ramón Jiménez y Gabriela Mistral?
Serafina Núñez escribió desde siempre.
Era maestra  y  no le enseñaba a nadie sus poemas.
Pero cuando llegó Juan Ramón Jiménez a La Habana como exiliado, fue ella una de los tantos líricos de la Isla que acudieron al Lyceum del Vedado, convocados por el gran poeta andaluz ávido de conocer las voces de los nuevos, allá por los años 30 del siglo pasado.
Con lo tímida que era, me la imagino con sus recién estrenados 23 años, hecha un manojo de nervios, mostrándole sus inéditos versos, a uno de los poetas más grandes de todas las épocas.
Para sorpresa de algunos, la desconocida y temerosa Serafina resultó, entre tanta personas importantes, una de las distinguidas para figurar en la Antología de la Poesía Cubana de 1936.
Luego se efectuó un recital en el teatro Campoamor que se llamó el Festival de la Poesía, y sería además ella una de las elegidas para pronunciar un discurso, “los llamaban discursos comprimidos, de cinco minutos.”
Tan maravillosos sucesos marcarían la existencia de la bella y esbelta muchacha, nacida en La Habana en agosto de 1913, y que logró deslumbrar con su obra a Juan Ramón Jiménez.
Él la entró de su mano al mundo de la literatura, como ella misma reconociera.
“Nunca tuvo empaque de maestro, ni esa hostilidad que la gente dice que tenía; por lo menos conmigo no la mostró nunca. Siempre fue amable, gentil y respetuoso, sobre todo, muy respetuoso.”
“Jamás me dijo quíteme esta a o póngame este acento en un verso, pudiéndomelo decir. Lo único que me decía era este poema me gusta muchísimo, el otro no, con un tono distinto.”
Él la ayudó a costear la publicación de su primer libro, “Mar cautiva”, de 1937. Y en 1941 escribió el prólogo a su tercer libro: “Vigilia y Secreto”. “Tiene, digo, Serafina Núñez, impulso de palmera sola que sube en surtidor de tronco plata, cuaja en verdes senos apretados y se derrama en danza de espinas.”
En 1938 llegaba a La Habana otra grande de las letras, Gabriela Mistral, quien alabó también la obra de la escritora cubana a quien ofreció una bella amistad, ennoblecida por valiosos consejos.
Así cuando luego de leer su segundo volumen, “Isla en el sueño”, de 1938, la chilena universal le escribe una carta llena de elogios, en la que le dice:
“Lo he leído varias veces con respeto, es cosa seria su arte y dan ganas de decirle pasando un ¡aleluya! sí, se lo digo, y además un ¡alabado!”
“Parecen clavos de olor, y también nuez moscada o pimientas quemadoras ¡Lindo libro, bella vida, Serafina!  Ahora no se eche en los laureles. Trabaje y viva…”
Por cierto, dicen que en una ocasión Gabriela Mistral le pide a la joven que la acompañe a visitar a Juan Ramón.
“Él nos recibió, sobre todo a Gabriela, con un abrazo muy cariñoso. Ella le ofreció para los niños huérfanos de la guerra todos los derechos que le dieran por su libro “Tala”, próximo a editar.”
“A él se le aguaron hasta los ojos”.
Pasaron los años y Serafina continuó escribiendo sus poemas siempre llenos de imágenes exquisitas, que traslucen su sensibilidad refinada, su verso pulido, sus metáforas hermosas.
Para ella la poesía debía ser, primero, un instante de luz.
Pero además de eso debía encerrar no solo belleza, sino conceptos para que no sea solamente palabra hueca.
Serafina Núñez falleció en La Habana en junio de  2006 a la edad de 93 años.
Poco antes se había descrito a sí misma como una mujer soñadora que vivió soñando y sigue soñando.

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