IBERVILLE, EL CONQUISTADOR CANADIENSE QUE MURIO EN LA HABANA

Placa de Iberville:Pierre Le Moyne d'Iberville

Montréal 1661-La Habana 1706

Por todo el Caribe y la costa atlántica navegaron durante los siglos de la conquista piratas y corsarios de varios países europeos en busca de nuevas posesiones para sus coronas. Muchos murieron en encarnizados combates y otros de enfermedades tropicales. Entre los más insignes de ellos se encuentra un hombre de leyenda: el canadiense Pierre Lemoyne de Iberville, recordado principalmente por haber sido el fundador de la Louisana francesa.En los cimientos del Palacio de los Capitanes Generales, hoy Museo de la Ciudad de La Habana, reposan sus restos. Ibervillle arribó al puerto habanero en al año 1706 en su navío El Justo para comandar una expedición contra los ingleses en territorios de la América del Norte, que debía salir rumbo a Charleston, Carolina del Sur, en el verano de ese mismo año. A tal fin, se reuniría con las huestes del entonces también recién llegado capitán general de la Isla, Don Pedro Álvarez de Villarín, quien tenía, por su parte, el propósito de cooperar con las fuerzas francesas de la Florida. Villarín e Iberville se dieron a la tarea de preparar dicha expedición militar en la Villa de San Cristóbal, pero tal empresa nunca se llevó a cabo, pues ocurrió lo imprevisto: Villarín e Iberville perecieron en esta ciudad, víctimas, según parece de una epidemia de fiebre amarilla que asolaba entonces La Habana. Aunque Pierre Lemoyne de Iberville nació en tierras del Nuevo Mundo, en Montreal, Canadá, en 1661, sus ancestros se remiten a la antigua nobleza normanda. Dicen que su padre fue nominado por Luis XIV como gobernador de Montreal y su hijo, Pierre Lemoyne de Iberville, formó parte de la milicia de Francia y dirigió victoriosas campañas contra los ingleses posesionados de varios establecimientos franceses en Norteamérica. Hazaña tras hazaña, Iberville fue tejiendo su leyenda de militar, navegante y colonizador. Remontó el curso del Mississipi. Descubrió el río Pacagulas, reconquistó los establecimientos creados por La Salle y fundó el asiento primitivo de la ciudad de Mobile, en la bahía de igual nombre, primera villa de la Louisana francesa, de ahí que se le considere su fundador. Fue también conquistador del norte canadiense y de Terranova, y Almirante de la Armada Francesa. Al partir de estos helados parajes norteamericanos, el intrépido navegante puso rumbo al sur, y aunque todavía no se sabe con exactitud a qué sitio del Caribe llegó, pero se asegura que de Martinica, en las Antilla Menores, arribó a La Habana en su navío El Justo en el año 1706. Se asegura que de Iberville debió permanecer en la capital cubana unos cincuenta y siete días, transcurridos entre el trece de mayo y el 9 de julio de 1706. La primera fecha señala la llegada a la Isla del nuevo capitán General, Don Pedro Álvarez de Villarín, quien tenía el propósito de preparar una expedición en conjunto con las fuerzas mandadas por de Iberville, así pues, es de suponer que ya estaría este último en la villa de San Cristóbal, en espera de cumplir su misión militar junto a las huestes del español en tierras del norte. La segunda fecha, el 9 de julio de 1706, precisa del día en que estos dos personajes fueron enterrados en la Parroquial Mayor, y en cuyos cimientos se alza el Palacio de los Capitanes Generales. Las defunciones de los dos fueron firmadas por Dionisio Rexino, cura rector de al Parroquia y obispo de las provincias de la Florida. En los días en los que se preparaba en La Habana la expedición comandada por Iberville y que fracasó precisamente por la muerte de sus organizadores, tenían lugar la Guerra de Sucesión por el trono español, que transcurrió desde 1702 a 1714. Francia y España, aliadas en aquella contienda, luchaban contra Inglaterra, Alemania y Holanda, con el fin de acusar los mayores daños a Gran Bretaña, por lo cual apelaron al corso, que también extendieron a las colonias inglesas en las Antillas. Como es de suponer Cuba significó un activo, centro de corso gracias a la situación estratégica de su puerto habanero y, por eso, el capitán general Pedro Álvarez de Villarín no vaciló en arriesgarse a organizar desde aquí, operaciones de este tipo, máxime si podía contar en la experiencia del intrépido Pierre Lemoyne de Iberville. Si bien la muerte de Iberville, cuando contaba con 45 años, truncó los planes del osado marino, no pudo borrar su recuerdo. En 1935, el señor Camilien Houde, alcalde de Montreal, envió una tarja de bronce dedicada a su memoria que expuesta en la Catedral de Habana, señala -por cierto- erróneamente, que los restos de Derville yacen allí. Otra tarja fue colocada en el interior del Museo de la Ciudad de La Habana, donada por funcionarios de la Misión Francesa y del Comité Francia-América, en 1937. Actualmente una estatua suya en bronce se puede ver en la entrada de la bahía habanera, cerca de Fortaleza de la Punta, como si ordenara a sus naves echar velas rumbo norte, a su amado Québec. Para reciprocar a Canadá, Cuba donó en 1999 a Québec un busto de José Martí que fue colocado en el Parque de América Latina.

(Ambar Roca)