AMADITO VALDÉS. EL HOMBRE DE LAS BAQUETAS DE ORO




Un largo título nos lleva a un interesante libro, donde entre otras cosas se revelan no sólo aspectos personales del autor sino también sobre algunos elementos en la formación del grupo Buena Vista Social Club, que los hizo merecedores de un Grammy.
Se titula “Amadito Valdés, las Baquetas de Oro del Buena Vista Social Club. Una historia personal en la música cubana”. Fue escrito a partir de una entrevista hecha al músico por Orlando Matos Piedra. Se publicó originalmente en el 2006 por la editorial Aires del Mayab, de Mérida, México y actualmente es distribuida en Cuba gracias a un acuerdo comercial entre la firma editora azteca y Casa de las Américas.
Pero Valdés no se ocupa solamente de hablar de su vida, sino que también bordea los avatares de la historia musical cubana, enriquecida con fotografías de orquestas desde el año 1929 hasta la actualidad.
A continuación transcribimos fragmentos del prólogo escrito por Leonardo Acosta para este título.
“Una biografía o historia personal de Amadito Valdés es realmente mucho más de lo que parece, pues también es una historia que resuelve el “enigma” de Buena Vista Social Club y, como de pasada, nos instruye sobre gran parte de lo acaecido en la música cubana en los últimos cuarenta años, que no es poco decir.
Explicar la extensa trayectoria de Amadito Valdés y este súbito reconocimiento equivale a descifrar ese controvertido «misterio» del éxito mundial de Buena Vista Social Club, cuyos baluartes musicales, uno por uno —Rubén González, Cachaito, el Guajiro Mirabal, por solo mencionar tres ejemplos—, nunca dejaron de brillar con luz propia en el medio musical nacional, especialmente entre ese sector del público que es el máximo conocedor y el más exigente: los propios músicos, viejos y jóvenes; a ellos habrá que acudir siempre para indagar sobre los músicos injustamente olvidados o ignorados, que sin duda los hay.
Amadito Valdés Jr. Pertenece a la que podría haber sido «la generación perdida» de nuestra música (para los públicos extranjeros), porque comenzaron su carrera profesional hacia 1960, cuando se abrió un largo e innecesario paréntesis en la colaboración entre los medios musicales de Cuba y Estados Unidos, así como en la difusión de la música cubana por el mundo. Pero esta nunca dejó de abrirse caminos y renovarse, y esa generación de Amadito es la misma de otros maestros hoy consagrados como Sergio Vitier, Chucho Valdés, Paquito D’ Rivera, Carlos Averhoff, Carlos Emilio Morales, Arturo Sandoval, Juan Pablo Torres, Fabián García Caturla, Rembert Egües, Emiliano Salvador, Pablito Milanés, Martín Rojas, Enrique Pla, Peruchín Jústiz Jr., Eduardo Ramos, Silvio Rodríguez, Changuito Quintana y el consabido e injusto etcétera, pues siempre se omite involuntariamente a músicos igualmente destacados y de talento indiscutible.
Hagamos un breve paréntesis para recordar que Amadito ha sido lo que en nuestro deporte nacional se llama «un bateador oportuno»: ha estado en el lugar preciso en el momento preciso. Luego de diversos estudios musicales (incluyendo el clarinete, instrumento del cual Amadito Valdés padre fue un verdadero pionero en Cuba), su afición a la percusión y al jazz lo llevaron justo hacia el maestro perfecto: Walfredo de los Reyes, quien detectó de inmediato las condiciones y afán de superación del joven percusionista, discípulo que no lo defraudó. Pero sucede que en esa época Walfredito (como lo llamábamos entonces), junto a Guillermo Barreto, revolucionaban la tradicional batería norteamericana para convertirla en un instrumento capaz de ejecutar todos los géneros cubanos y el jazz, lo cual a su vez contribuyó a expandir las posibilidades de ese genial ajiaco hoy llamado Latin Jazz. Años más tarde, tanto Amadito como el propio Barreto serían más conocidos como timbaleros que como bateristas, y lo mismo sucedería con otros dos percusionistas muy elogiados por Amadito: Emilio del Monte y Blasito Egües.
Posteriormente, Amadito Valdés participó en dos experiencias que ya son históricas: la formación de Estrellas de Areíto y la de Buena Vista Social Club. Entre una y otra, un intenso trabajo con el cuarteto vocal Las D’ Aida, que especialmente bajo la dirección de Teresita García Caturla se integró con su grupo acompañante hasta lograr una interacción tal entre músicos y cantantes que les permitió hacer un trabajo de experimentación casi subliminal, pero que está ahí, presente e indiscutible para todo aquel que no tenga «la oreja cuadrada», como diría Paquito D’ Rivera”.

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